TRANSGÉNICOS VS. SALUD

Siguen saliendo estudios sobre los posibles efectos perjudiciales de los OGM (Organismos Genéticamente Modificados) en la salud.


En el siguiente artículo de Antonio F. Muro publicado en DISCOVERY DSALUD se exponen los peligros de los transgénicos, se muestran antecedentes de las políticas europeas y se concreta el caso de España en particular por ser el único país de la Unión Europea en el que se cultivan transgénicos a gran escala.

Al final del artículo se incluye una entrevista a David Sánchez, responsable de Agricultura y Alimentación de "Amigos de la Tierra ".

NUEVAS PRUEBAS DE LA PELIGROSIDAD DE LOS PRODUCTOS GENÉTICAMENTE MODIFICADOS

Un reciente estudio patrocinado por los ministerios de Agricultura y Sanidad de Austria coordinado por el Dr. Jürgen Zentek -profesor de la Universidad de Viena - acaba de volver a constatar las potenciales amenazas para la salud que implica consumir organismos modificados genéticamente. Puede llevar incluso a problemas de infertilidad. Al menos así le ha ocurrido a los ratones del experimento que fueron alimentados con la variedad NK 603 x MON 810 que en la tercera y cuarta camada vieron además reducido su tamaño y peso. Tal variedad es propiedad de la multinacional Monsanto y se cultiva en varios países de la Unión Europea, Estados Unidos e Iberoamérica. En España hay sembradas ya decenas de miles de hectáreas.

En junio de 1954 la revista Time publicaba un llamativo anuncio a todo color en el que podía leerse: "El DDT es bueno para mí". El anuncio mostraba a una mujer feliz afirmando: "El DDT es bueno para mi hogar. Es bueno para la finca. Es bueno para todo". Bien, pues ese producto tan bueno para todo terminaría siendo incluido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un grupo especial de productos clasificados como "altamente tóxicos". "Son estables y duraderos -explicarían- permaneciendo activos durante décadas antes de degradarse. Y se diseminan a lugares distantes tanto por el aire -al evaporarse- como por el agua con lo que terminan acumulándose en las especies silvestres y en el tejido adiposo de los seres humanos". Así que el DDT terminó prohibiéndose en Estados Unidos y otros países en 1972... pero no en España donde se siguió vendiendo vergonzosamente cinco años más contaminando nuestros suelos, nuestras aguas, nuestros alimentos y nuestros cuerpos.


Bueno, pues si nos limitáramos a sustituir en el anuncio lo del DDT por "los productos transgénicos" nos encontraríamos con otra parecida "verdad irrefutable". Porque lo de "los transgénicos son buenos para mí" es exactamente lo que quienes los fabrican, comercializan y venden intentan ahora que la población admita sin cuestionarse si es así o no. Contando, al igual que entonces, con la colaboración de numerosos gobiernos, entre ellos -y de forma muy especial- el español. ¿Con qué argumentos? Para empezar, con éste: "Bueno, vale, muchos plaguicidas eran y son peligrosos pero los productos biotecnológicos no. Los alimentos transgénicos se pueden consumir sin problemas porque son seguros". Solo que eso, ¿quién lo garantiza? Nadie. Porque quienes se encargan hoy de valorar y comunicar el impacto sobre la salud a corto y largo plazo de los transgénicos son... ¡los propios fabricantes! Los gobiernos ni hacen ni encargan estudios independientes. Así que, ¿alguien cree que unos estudios que pagan ellos mismos van a dar alguna vez como resultado que sus productos son potencialmente peligrosos? La respuesta es obvia. No, la experiencia demuestra que las multinacionales usan más bien su dinero en "persuadir" de que no son peligrosos a quienes tienen que autorizarlos o pueden prohibirlos. Hoy es inconcebiblemente fácil "engrasar" -y no precisamente con aceite- conciencias en todo el mundo. Y no crean que esto pasa sólo estando en el poder el Gobierno socialista; pasaba igualmente con el del Partido Popular. En la actualidad este tipo de comportamiento no es exclusivo de algunas multinacionales farmacéuticas: está igualmente presente en el ámbito político, judicial, económico, mediático y empresarial. Y, por tanto, es habitual ya en el mundo alimentario. Claro que, ¿acaso no pretenden quienes dirigen hoy la industria alimentaria lo mismo que los empresarios de los demás sectores, es decir, la máxima rentabilidad al mínimo coste?



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